ÁLVARO LACASTA S.J
DIRECTOR NACIONAL DE LA RED
MUNDIAL
DE ORACIÓN DEL PAPA. VENEZUELA.
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EDITORIAL
Sean benditos los muchos misericordiosos,
siempre insuficientes
que PENAN y se DESVIVEN
Para que los innumerables golpeados por la vida,
siempre demasiados,
sean benditos, se ALEGREN Y VIVAN
La carta del Papa, a los diez años de su viaje apostólico a Lampedusa, el 8 de julio de 2013, francamente, me conmovió mis entrañas, determinando la presente editorial.
Cientos de muertos, miles de desaparecidos. Ante estas inocentes vidas rotas, vergüenza de la sociedad, se alza un grito doloroso y ensordecedor que no pueden dejarnos inocentes. Un grito grabado en la memoria colectiva.
La indiferencia que es el peor de los males, como indico el Santo Padre, se convirtió en los puntos fuertes de su magisterio:<< La globalización de la indiferencia >>. Es la que nos ha quitado la capacidad de llorar. Lamentablemente, dicha vergüenza, corresponde a una sociedad que no sabe llorar y compadecerse de los demás. Desde entonces poco ha cambiado, y asistimos a la repetición de graves tragedias silenciosa ante las cuales permanecemos impotentes y atónitos.
La frecuencia de tantos desastres inhumanos debería sacudir absolutamente las conciencias, es el llamamiento de Dios. Un cambio de actitud pide a todos un renovado y profundo sentido de responsabilidad, mostrando una misión de comparecencia y compadecencia. Llamamiento frecuente del Papa Francisco a la Iglesia para ser verdaderamente, para ponerse en las rutas de los olvidados, sabiendo de sí misma, aliviando con el bálsamo de la fraternidad y caridad de las heridas sangrantes de cuantos llevan impresas en sus propios cuerpos las mismas llagas de Cristo:
<< Escuchadme los que vais tras la justicia, los que buscáis al Señor: mirad la roca de donde os tallaron, la cantera de donde os extrajeron >>. (Isaías, 51,1).
En estos días recuerdo la Encíclica del Papa Francisco: << El Rostro de la Misericordia >>. La misericordia es superior a la emoción y a la empatía, aunque las proponga. La misericordia va más allá. Se identifica con la compasión, con la capacidad de profunda conmoción interior ante el sufrimiento del otro. La misericordia me impulsa a aliviar su dolor, incluso a costa de incrementar el mío.
Las obras de misericordia, tanto corporales como espirituales, tienen que ver con la identidad cristiana y, sobre todo, expresen el cariño y la ternura del buen Dios ante el dolor humano. Compasión e indignación van de la mano y dan paso al principio misericordia. No son necesarios héroes, sino personas sencillas, que se confíen a la benevolencia de Dios. Tal vez por eso, las cosas de Dios, y su misericordia son patrimonios de los pequeños, quienes no aspiran a una santidad; de aquellos que saben bien que el evangelio es un tesoro escondido, una perla preciosa, cuyo descubrimiento encandila el corazón, sin tratar de superar ni medirse con nadie. Es bendecir el perfecto acorde entre ojos y luz, pulmones y aire, entre mis pasos y la tierra. Es una armonía perfecta para una escucha atenta.

No hay compasión sin comparecencia, ante el dolor ajeno. Todo ello demanda la inmediatez presencial y descabalgarse uno para montar en la propia cabalgadura al otro sufriente. Se trata de tener la audacia de no pasar de largo, sino sostener la mirada del que nos interpela y nos pide. El rostro del otro tiene algo de sagrado que convoca a lo mejor de nosotros y urge abandonar un exceso de prudencia y de sentido común, sobre todo, cuando nos desvían del camino evitando senderos peligrosos repletos de peregrinos apaleados.
Finalmente. La Iglesia surge de un gesto supremos de misericordia a los pies de la cruz: << Ahí está tu madre >>, y al instante la recibió en su casa. La Iglesia surge de un gesto supremo de misericordia. Los cristianos no podemos olvidar nuestro genuino lugar existencial: la cruz, las cruces y los crucificados de ayer y siempre.
<< Acerquémonos, pues confiadamente al trono de las gracias para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro >>. (Heb 4, 16). Así acogeremos el llamado indeleble del maestro: << Ve, haz tu lo mismo >>.
Álvaro Lacasta s.j.
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