Boletín No. 11 Diciembre – 2020(CLICK LEER MÁS)

REFLEXIÓN NAVIDEÑA

La segunda persona divina se hizo hombre y entró en las tinieblas de la existenciahumana. Lo hizo por amor,y el amor no tiene “razones”

Estamos  a punto de celebrar  la Navidad. Este  es el misterio más impresionante  de la vida cristiana,  lo más fundamental, lo más serio.  Para celebrar la Navidad es preciso recrear la atmósfera sagrada de sus orígenes religiosos. San Ignacio de Loyola pone a la Santísima Trinidad en Consejo: “Ver a los hombres en la historia, con sus temores y esperanzas. Con el riesgo de equivocar el verdadero camino”. Ignacio se fija, sobre todo, en el aspecto de frustración de la humanidad.

En esta festividad es bueno recordar la mirada de Dios, un tanto distinta  de la nuestra:  lo que Dios ve desde el comienzo hasta el final de la historia humana. Todo esto es de una mayor riqueza, porque el mirar de Dios a la humanidad, no es desde fuera, lamentativo, frustrativo. Recordemos y veamos el mirar de Dios a un hombre que Él ha creado con inmenso amor, y lo ha hecho frágil, y porque no es Dios, lo ha creado entrañablemente débil, vulnerable. A esta humanidad Dios le ama, la ve con infinita misericordia, con ansias de liberación.

“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo” (Jn3,16). En los momentos difíciles que estamos viviendo, no es suficiente profesar la fe auténtica en el Niño-Dios, ¡está la Persona del Hijo del Eterno Padre, en el cual hay dos naturalezas,  una humana y otra divina, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación! “Dios mostró su Amor hacia nosotros al enviar a su Hijo Único al mundo para que tengamos Vida por Él: “El Amor consiste en esto: no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Dios nos amó a nosotros y envió a su Hijo, para que ofreciéndose en sacrificio por nuestros pecados, quedaran perdonados.

Ante este  maravilloso cuadro bíblico que nos invita  a ce lebrar  la Navidad, nos encontramos hoy con una humanidad rota, estampados con la cultura de la mentira, la cultura de la muerte. Empeñada con sus tentáculos en ahogar y liquidar la cultura cristiana: cultura de la libertad, de la unión familiar, de la educación cristiana, de los hijos y de las naciones, del hombre y de la mujer, de la unión y de la paz, de la educación y formación, de los hijos llamados a la vida y no a la muerte despiada- da; nuestra cultura está basada en la Palabra de Dios; los cristianos  no “negociamos los valores evangélicos”. Ni lo hacemos hoy ni lo haremos mañana. «Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron» (Jn 1,11). No puede reinar la indiferencia cuando se trata de  triturar  al justo, de liquidar al recién nacido.

Para celebrar la Navidad hay que purificar el miedo que pre- tende inhibirnos: “A quiénes vamos a temer ante la venida del Niño-Dios”. No se pueden obviar hoy a las cúpulas del poder corrupto, con la pretensión de borrar la venida del Niño-Dios. Muy distinto es el Poder Popular, significado en los Pastores que vienen a certificar el nacimiento del Rey de los Judíos enun pesebre, entre el buey y la mula, quienes nos van a revelar lo que encontraron en la cuna y lo que hay fuera de ella…La misma luz que guió a los pastores es la misma que desve- la los poderes ocultos quitándoles las máscaras y descubriendo las intenciones perversas.

Queremos vida y no muerte, Luz y No Tinieblas, Verdad y No Mentira,  Libertad  y No Esclavitud.Celebrar la Navidad implica saber  y reflexionar. ¿Acaso podemos pensar cuando estamos delante  de una vida que se abre en flor?. Procuremos  alegrarnos:  no  puede  haber  tristeza   cuando nace la vida (San León Magno). Celebremos fraternalmente la Navidad ¡No puede reinar la indiferencia cuando, de repente, se ilumina la noche!. Eso sí, para celebrar hay que purificar el miedo que inhibe. ¿Por qué tememos la venida del Señor?. ¡Celebra la llegada del mejor amigo! Canta a aquel que siem- pre en el sueño y no en la vigilia, fue esperado y deseado. Está ahí, débil para quedarse junto a nosotros y liberarnos. ¡Ya ha llegado por fin!. Corresponde a cada uno, a cada familiar, crear la festividad, hacer silencio en su corazón, preparar el alma y reconciliarse con todas las cosas. Sólo así la fiesta se deja saborear. Dios se hace hombre y ha venido a morar en nuestra casa. Celebrar esta maravillosa   noticia, supone mostrar los motivos de la alegría y dar las razones de la fiesta a todos los que siguen deshilachando esta humanidad y enlodando la casa común. Los cielos se abren y los ángeles cantan:

“Gloria a Dios en los  cielos y Paz a los hombres de buena voluntad”

Álvaro Lacasta, s.j.

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