“Recemos por los catequistas, llamados a proclamar la Palabra de Dios: para que sean testigos de ella con valentía, creatividad y con la fuerza del Espíritu Santo”.
“I sed catequistas! no trabajéis de catequistas: ¡esto no sirve! Yo trabajo de catequista porque me gusta enseñar. Pero si no eres un catequista, no sirve. ¡No serás fecundo, no serás fecunda! Ser catequista es una vocación: ser catequista, esta es la vocación, no trabajar de catequista. Prestad atención, no he dicho hacer de catequista, sino serlo, porque involucra la vida. Lleva al encuentro con Jesús con las palabras y con la vida, con el testimonio”. […] A menudo pienso en el catequista como aquel que se ha puesto al servicio de la Palabra de Dios, que frecuenta esta Palabra diariamente para hacer de ella su alimento y participarla con los demás con eficacia y credibilidad. El catequista sabe que esta Palabra está “viva” (Hb 4:12) porque constituye la regla de la fe de la Iglesia (cf. Conc. Ecum. Vat. II, Dei Verbum, 21; Lumen Gentium, 15).

En consecuencia, el catequista no puede olvidar, especialmente hoy en un contexto de indiferencia religiosa, que su palabra es siempre un primer anuncio. Pensadlo bien: en este mundo, en esta área de tanta indiferencia, vuestra palabra siempre será un primer anuncio, que llega a tocar el corazón y la mente de muchas personas que están a la espera de encontrar a Cristo. Incluso sin saberlo, pero lo están esperando. Y cuando digo el primer anuncio no lo digo solo en el sentido temporal.

Por supuesto, esto es importante, pero no siempre es así. ¡El primer anuncio equivale a subrayar que Jesucristo muerto y resucitado por el amor del Padre, da su perdón a todos sin distinción de personas, si tan solo abren sus corazones para dejarse convertir! A menudo no percibimos el poder de la gracia que, a través de nuestras palabras, llega profundamente a nuestros interlocutores y los moldea para que puedan descubrir el amor de Dios. El catequista no es un maestro o un profesor que cree que da una lección. La catequesis no es una lección; la catequesis es la comunicación de una experiencia y el testimonio de una fe que enciende los corazones, porque introduce el deseo de encontrar a Cristo. ¡Este anuncio de varias maneras y con diferentes idiomas es siempre el “primero” que el catequista está llamado a dar!
Papa Francisco.
COMENTARIO PASTORAL
Ser catequista no es enseñar a unos niños que se preparan para la primera comunión a que aprendan de memoria el Credo. La catequesis no es una materia como la historia o la geografía. Hace años se hacía aprender de memoria las respuestas del Astete, un catecismo que condensaba en preguntas y respuestas las verdades de la fe. Pero ese tiempo ya pasó. Ahora vivimos en sociedades poco religiosas. Por eso mismo la catequesis debe ser expresión de la propia vida: “te enseño esto porque creo en ello, porque es importante para mí, porque esto es lo que da sentido a mi vida”. Si el niño y la niña sienten que su catequista vive lo que enseña, que Jesucristo es para él o para ella una persona cercana, íntima, entonces su catequesis impacta, y le abre el camino para sentir cercano a Jesús.

Vivimos en un mundo que privilegia la ciencia y la técnica, rodeados de aparatos que nos conectan en tiempo y espacio con acontecimientos que suceden en ese momento. Eso está bien, si no se queda ahí, si la facilidad para conectarnos nos lleva a preguntarnos: ¿cómo me afecta todo eso?, ¿influye para que yo sea mejor persona?, ¿me lleva a mejorar el mundo en el que vivo, a ayudar a los deprimidos, a los indigentes, a los enfermos, a los desconsolados? Si es así, bendita sea la técnica y bendito sea el Señor, pero no es así en la inmensa mayoría de los casos. Pues bien, el catequista puede enseñar a cambiar ese mundo de la telecomunicación, si muestra que está telecomunicado con Jesucristo, que su palabra y sus hechos, plasmados en los evangelios le ayudan muchísimo a mejorar el sentido de su vida.

La catequesis es la comunicación de una experiencia, de una experiencia íntima y profunda que da sentido a la vida del catequista. Es lo que ocurre cuando se experimenta el amor: quiero comunicarlo, quiero compartirlo, quiero que todo el que se comunique conmigo me vea como alguien muy afortunado. No hay mayor amor que dar la vida por otro y Jesucristo la dio por cada uno de nosotros. Sentir esto en nuestro corazón nos acerca a ese Amor con mayúscula que Jesús tiene por ti, por mí, por cada uno de los niños y adolescentes que se preparan para recibirlo por primera vez. En este mes de diciembre en que Jesucristo se hace niño, pidámosle hacernos niños con él para sentir su Amor y vivirlo con todos y comunicarlo a todos.
P. Fco. Javier Duplá sj.


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